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LOTE 39

Atribuido a Marcos Zapata o Marcos Sapaca Inca (Cuzco, Perú, 1710-1773). 

Estimación
20.000 € / 40.000 €

Atribuido a Marcos Zapata o Marcos Sapaca Inca (Cuzco, Perú, 1710-1773). 

"La adoración de los pastores con el Arcángel San Miguel"

Óleo sobre tela.

168 x 112 cm.

Importante marco en madera tallada y dorada de la época.

Pintor peruano nacido en Cuzco. Se le conoce como uno de los últimos representantes de la escuela cuzqueña. Zapata se especializó en pintura religiosa, y entre los años 1748 y 1764 pintó cerca de 200 obras.
Una de las más importantes, la serie de 24 cuadros dedicados a la vida de San Francisco de Asís que fueron destinadas en 1748 a la orden capuchina de Santiago de Chile.
Más tarde en 1755 pintó 50 telas sobre el tema de la Letanía Laurentina para la Catedral del Cuzco y en 1762 cerca de 73 trabajos para La Compañía en Cuzco.
Su estilo influyó en los artistas de su época, y se caracterizaba por su forma especial de representar a la Virgen rodeada de cabecitas de ángeles. Las composiciones Mariana con sus alegorías le interesaron mucho y parece ser que se inspiró para ello en grabados de Christoph Thomas Scheffler de 1732.
Artistas como Antonio Vilca o Ignacio Chacón continuaron su obra.
Curioso e interesante cambio iconográfico es el que vemos en esta obra de la Adoración de los Pastores durante el Nacimiento del Niño Dios. 

Curioso porque en medio de los invitados y asistentes hay alguno que destaca sobremanera.  

En una escena típica, la Madre de Dios agradece mirando al cielo recibir en su seno al Hijo de Dios, el Salvador del Pueblo de Israel. 

Su papel contrasta con el de San José, que siempre es mayor y barbado, una especie de padre, protector de María y en un papel secundario, casi fuera de la escena, detrás, dormido, para marcar claramente que no es el padre real.   El es padre putativo.

Tres pastores, uno con gallina, otra aldeana con cántaro, y uno que sobresale, de rodillas, iluminado y calentado por la mirada y afecto del Niño que se lanza a sus brazos, componiendo una escena de gran ternura. 

No desaparecen de esta Adoración un buey y un asno o mula, adorándole y calentándole con su aliento, una presencia que obedece a una profecía de Isaías que dice: “el buey conoció a su amo y el asno a su señor”.  En algunos sermones estos animales incluso se consideran prefiguraciones de los dos ladrones en la Crucifixión. 

Y entran en escena los ángeles, y el Ángel, San Miguel.  Su presencia refuerza la importancia del evento, y de la presencia de todo el cielo que envía a su principal mensajero  para ponerse a sus pies. Y él coge al Niño en sus brazos proclamando su “Quién como Dios”, leitmotiv de su hacer y actuar.  Asisten otros que proclaman la Gloria de Dios y su triunfo sobre el mal, y uno vestido de rojo, el color del Salvador, a la izquierda y al fondo, despertando a los pastores más rezagados.