Escuela Virreinal. Cuzco. Perú. Siglo XVII.
"La visión de Isaías"
Óleo sobre tela. Reentelado.
204 x 181 cm.
Cuadro simbólico y apocalíptico sobre la visión de Isaías del verdadero Dios y de los serafines, cuyo deseo es elevar hacia Él a los espíritus de menor jerarquía y de llevar a cabo la justicia divina.
Raro y curioso cuadro que viene a ser resumen bíblico y escenográfico de parte de varios textos del Apocalipsis de Juan, y de otros de los profetas Ezequiel o Isaías.
El profeta Isaías en 6:2 cita: “Por encima de él había serafines, cada uno de los cuales tenía seis alas; con dos de ellas se cubrían el rostro, con dos se cubrían los pies y con dos volaban”.
En el ángulo superior izquierdo encontramos uno de esos serafines, que sólo pueden ser vistos por aquellos que han sido elevados a una dimensión superior, es decir, a un estado en el que el cielo se abre para ellos. Como Isaías, uno de los cuatro Profetas del Antiguo Testamento. Pertenecen al rango más alto de la jerarquía angélica y son los alabadores de Dios y los que proclaman constantemente su Santidad.
Un ejemplo aquí mismo en Cataluña lo encontramos en los murales de la iglesia de Santa Eulalia del Museo Nacional de Arte donde se ven representados estos serafines, estos seres angelicales que rodean a Dios en su trono. Y también en varios ábsides del arte románico catalán.
Estos serafines tienen la misión de purificar y eliminar todo lo que les rodea, por lo que están destinados a proteger los lugares más santos.
En la Biblia son nombrados como una visión de Dios que tuvo Isaías en el Templo donde aclamaban cantando: “Santo, santo, santo es el Señor de los ejércitos, llenos están los cielos de su gloria”.
Se protegen de la luz de Dios, cubriendo su cabeza con dos alas, pues se encuentran acompañando constantemente al Señor en el trono. Para ello, y para poder ver la presencia de Dios, tienen ojos en sus alas, y a lo largo de todo su cuerpo.
En el ángulo superior derecho vemos a Isaías, quien tuvo la visión en la que fue llevado hasta el trono de Dios, donde ellos estaban (Cap. 6). Allí vio al verdadero Rey y a los serafines llenos del ardor y la pureza con que aman las cosas divinas, llenos del deseo de elevar hacia Dios a los espíritus de menor jerarquía.
Este serafín con cara de toro (a Juan en sus escritos le parecen como un león, un toro, un hombre y un águila en vuelo) “tiene un arpa”, (Apocalipsis 5:8) símbolo de la adoración y alabanza en el Antiguo Testamento, con la que declaran y cantan la santidad de Dios y, de alguna manera, participan de la justicia de Dios “ya que cuando Él abre los primeros cuatro sellos, y envía a los cuatro jinetes que vienen a destruir (vemos uno de estos jinetes abajo en el centro), sus voces poderosas como el trueno, les dicen “ven” (VENI…, inicio del faldón latino que yace en la base del cuadro)(Apocalipsis 6:1-8). Cada jinete responde a la llamada de su serafín, poderosa criatura que le indica el poder que posee.
En resumen, un cuadro que habla simbólicamente de estos seres y la visión de Isaías, una orden exaltada de ángeles cuyo propósito principal es el de la adoración, y en cierto modo, que están involucrados en llevar a cabo la justicia divina.
Un cuadro quizás realizado para el refectorio o coro de un convento de religiosos de clausura, un lugar lleno de seres “más elevados” que buscan postrarse y adorar al Cordero (Apocalipsis 5: 13), seres que encierran sus vidas y días para vivir de cerca la visión de Isaías, para sentarse en el trono y convertirse en la alabanza, honra, la gloria y el poder de Dios, por los siglos de los siglos (Apocalipsis 5: 11-12).
Un cuadro que deja claro al que lo contempla, que “el Señor es Dios, y que no hay otro fuera de él”.