Atribuido a Sebastián López de Arteaga (Sevilla, 1610 - México, 1656)
Cruz de celda en madera tallada y pintada al óleo.
61,5 x 31,5 cm.
Poderoso, inspirador y devocional óleo sobre tabla con la imagen de Cristo Crucificado en el momento en que, según el evangelista Juan o el salmo 22, dice algunas de sus siete palabras:
- a Dios, su Padre : “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?”;
- a todos: “Tengo sed”;
- al mundo: “ Todo está cumplido”;
- y, por último, a Dios: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.
La “cruz de celda” es un tipo de obra devocional muy común en los conventos y monasterios españoles e hispanoaméricanos de los siglos XVII y XVIII y que se colocaba dentro de cada celda para uso y devoción personal de cada consagrado.
Cruz de secciones rectilíneas, sin adornos, y trabajada de forma ilusionista, tridimensional, con una luz a medio camino entre la luz típicamente barroca tenebrista y expresión patética, junto a la luz artificial manierista, ese “cañón de luz” invisible que hace que nos fijemos en Él. Cristo aparece al centro, con una anatomía en escorzo y expresivamente deformada, que denota la pervivencia del manierismo aún en el siglo XVII.
Siguiendo la verticalidad de este Cristo, a sus pies vemos una representación de la muerte que pisa al diablo. Ante el dolor y la muerte de Jesús en cruz, un esqueleto a sus pies…,¿no parece una burla perversa, o una ironía nihilista y macabra?.
Ese diseño de una calavera (cráneo de Adán) con dos tibias, o de unos huesos dispersos, o de un esqueleto sentado o en pie se originó en la Baja Edad Media como símbolo de la muerte y especialmente como “memento mori”, una reflexión visual sobre la fugacidad de la vida (recuerda que morirás…). En esta obra, y en un mismo plano o nivel, la muerte pisa al demonio, al mal, como si se dijeran: ni tú ni yo tenemos la última palabra, sólo la resurrección.
Y en horizontalidad, como dos mensajes “amorosos” que brotan de la sangre de sus manos vemos dos aves: en su mano derecha, según lo miramos, el ave Fénix sobre un fuego ardiente, un símbolo de esperanza, aplomo, memoria y regeneración, un ave milagrosa que siente la muerte y la prepara con mimo y serenidad para después resurgir de sus cenizas incólume y vigorosa (el sueño imposible del ser humano que no tiene fe …); de su mano izquierda, como colofón, presenta a un ave y sus polluelos, a los que alimenta con su propia carne y sangre.
Un pelícano, uno de los símbolos de Cristo, de su martirio y muerte como salvación y, por antonomasia, del sacrificio y amor a otros. En el catolicismo se asocia a la Eucaristía: a la inmolación de Jesús, que con su propia carne y sangre alimenta y redime a la humanidad. Verdadero ejemplo de amor el pelícano que restaura a las crías con su sangre. Tal es el amor de Cristo que con su sangre restituye la vida y nos entregó su reino en la cruz.
Una obra que termina con este pelícano y que encierra, con un lema, la expresión de amor de ese Cristo en cruz: “SIC”, “HIS QUI DILIGUNT” (Así - Para los que aman).