Escuela Novohispana. Posiblemente México. Finales del siglo XVII.
“Tota Pulchra”
Óleo sobre cobre. Firmado con la inicial "J".
23 x 18 cm.
Nuestra obra parte del grabado de Hieronymus Wierix (1548-1624) de la Inmaculada Concepción, publicada por el artista “Cum Gratia et Priuiliegio Buschere”. (PESSCA PI 6417A). (Crédito fotográfico British Museum).
Simbología y metáforas de la Inmaculada y de las denominadas letanías lauretanas. Pequeño cobre novohispano de la Inmaculada del Apocalipsis, tal como la refleja San Juan en su texto del capítulo 12. Esta simbología y metáforas teológicas para fundamentar las Letanías nace de la interpretación que los Santos Padres hacen, principalmente, del libro del Cantar de los Cantares. Todos estos símbolos terminarían plasmando un prototipo iconográfico inmaculista denominado la “Tota pulchra”. Y este modelo, a modo narrativo, colocaba estas alegorías alrededor de la imagen de la Virgen (aquí dentro de 8 cuentas del Rosario) o formando parte del paisaje y del fondo de las obras. Las palabras del Cantar de los Cantares fueron reinterpretadas por la patrística y aplicadas a María de modo figurado. En esta obra, la Tota Pulchra aparece en el centro “como una mujer vestida de sol, con doce estrellas sobre su cabeza”, “Eletta ut Sol” (escogida, refulgente y brillante como el sol). Ella es como el sol, pues mediante sus virtudes, irradia luz como el astro solar; también “Pulcra ut Luna” (bella como la luna). La luna o media luna es símbolo de la Madre-Mediadora-Escalón o puente entre la tierra y el cielo, entre la divinidad y la humanidad. Igualmente, con un cariz femenino, en contraposición a la masculinidad del Sol. Esa dependencia que la luna tiene de la luz solar es imagen de la relación de María con Dios: “María no tiene valor por ella misma, todo su valor, toda su grandeza le vienen de Dios”. Es símil de la fecundidad, se la asocia mitológicamente con la Materia Primordial, las Vírgenes Madres, los dioses del amor e incluso con la sabiduría. La luna, en sus ciclos, marca también el ritmo de la vida.
Y, en ese firmamento celestial, como “Stella matutinis” (estrella / estrella de la mañana / estrella del mar): “Lo veo, aunque no para ahora, lo diviso, pero no de cerca: de Jacob avanza una estrella, un cetro surge de Israel”. (Núm. 24, 17). La estrella es, además de un elemento que guía a las personas, metáfora de la esperanza, aquella que tiene el que en las tinieblas ansía que llegue el día. Al igual que una estrella guió a los Magos de Oriente para adorar al Niño, la Virgen es el astro que conduce a Cristo. Por analogía, este significado se puede aplicar a la “Estrella del Mar”: del mismo modo que los navegantes antiguamente se orientaban fiándose de las estrellas, María, cual astro, lleva a puerto seguro al creyente, y pone en el mundo, sumergido en las tinieblas, a Jesús, la verdadera Luz. Como “Estrella de la Mañana”, vendría a evocar al astro que, antes de salir el Sol, permanece durante el alba y viene anunciando el día. Asimismo, la Virgen anuncia la llegada del Señor, el Sol que viene. Paralelamente, las estrellas, mensajeros de Dios en la tradición bíblica, como “stella matutina”, evocan el símbolo del renacimiento perpetuo del día, el principio mismo de la vida.
Seguimos desgranando esos símbolos reflejados en las ocho cuentas que rodean a la Virgen. A la izquierda, “Templum Dei” (templo de Dios): “¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo?” (1 Cor. 6, 19). La imagen paulina neotestamentaria de Templo del Espíritu Santo, viene a desarrollar la idea de la pureza de María. María es el Templo del Espíritu Santo por naturaleza. No sólo porque haga referencia a su pureza en su virginidad y en su limpia concepción, sino porque, al igual que el antiguo Templo de Jerusalén albergaba en su interior la presencia real de la Divinidad. En el mismo lado, “Fons Signatus” (fuente sellada): “Fuente de los huertos, pozo de aguas vivas, corrientes que del Líbano fluyen” (Cant. 4, 15). Según la tradición, en el paraíso terrenal existían cuatro ríos que partían de un centro, esto es, del mismo pie del Árbol de la Vida. Esta fuente u origen de todo es considerada la 'fons iuventutis', imagen de la fuerza vital del hombre y de todas las sustancias. La fuente es también alegoría de la fecundidad femenina, además de asemejarse a la sabiduría. Este símbolo aplicado a María es interpretado como un elemento vivificador y purificador. El agua es madre y matriz en la tradición judía. Es el origen de la creación. De igual modo, la Virgen es fuente de una nueva vida. De su maternidad divina ha brotado para la humanidad la verdadera vida: Jesucristo. “Puteus Aquarum”,“pozo de aguas vivas” (Cant. 4, 15). Encontramos aquí una nueva metáfora del agua con sus ricos matices: agua de vida, vivificadora, que concede a la humanidad la salvación. No olvidemos la importancia que para aquella cultura semita nómada tenía la posibilidad de tener cerca un pozo, en el entorno desértico en que habitaban, que era, además, un lugar de encuentro. La trascendencia del agua y de su significado vital, en este contexto se incrementa aún más. Era pues símbolo de la abundancia y de la fuente de vida. María sería ese pozo, en el sentido en que ella contuvo en su seno a la verdadera agua que da la vida. Las dos cuentas restantes de la izquierda no llegan a apreciarse.
A la derecha, “Scala Coeli” (escala del cielo): “Y tuvo un sueño; soñó con una escalera apoyada en tierra, y cuya cima tocaba los cielos, y he aquí que los ángeles de Dios subían y bajaban por ella”. (Gen. 28, 12). La escalera o escala es claramente un símbolo ascensional, un camino por el que se puede subir y bajar, una unión entre el cielo y la tierra. La patrística y la mística medieval han visto en esta figura un tipo de la ascensión del alma hacia Dios. En Bizancio se llama a María “escala del cielo“ por la cual descendió Dios hasta los hombres y por la cual les permite subir al cielo. Justo abajo, “Speculum sine macula” (espejo sin mancha): “Es un espejo de la luz eterna, un espejo sin mancha de la actividad de Dios, una imagen de su bondad” (Sab. 7, 26). Espejo, alusión a la pureza corporal de la Virgen. Uno de los títulos de la Letanías Lauretanas es el de “Espejo de Justicia”. María refleja la santidad divina, es decir, la perfección. En María “se reflejó y se reprodujo Dios por medio de su fiel trasunto Jesús, sin herir y alterar el espejo mismo”. Asimismo, este elemento suele relacionarse con el alma y el reflejo que ésta produce. La tercera de la derecha, “Arca foederis” (arca de la alianza): “y Dios pidió a Noé construir el arca para salvar del diluvio a su familia y animales.” (Gén. 6, 9-22). El arca de la alianza, para los judíos, es el monumento más respetable de su religión, el lugar donde se guardan y veneran las tablas de la Ley. Y María, con Jesús en su seno, restablece “y salva del diluvio” la relación que el hombre había roto con Dios. La cuarta a la derecha tampoco se aprecia.
Dos figuras más a tener en cuenta son el diablo, que María pisa, y un ángel, en el ángulo inferior izquierdo, con arco y flecha. “El dragón escarlata [...] es pisado por la mujer que va a dar a luz, y que quiere devorar a su hijo tan pronto como naciese”. “Y ese diablo, o Satanás, fue arrojado a la tierra y sus ángeles con él. (Apoc.12) Como el texto dice que el arcángel san Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón, uno podría pensar que fuera uno de sus ángeles. Pero al estar abajo, al nivel del dragón, debe ser de los que fueron arrojados con él al infierno y lucha, también, contra la Virgen. De hecho, apunta su flecha a la barriga de la Mujer en cinta y no al dragón que tiene al lado, que hubiera sido lo propio de los ángeles de luz.
En conclusión, estamos ante un sencillo cobre que refleja muy bien a María como la puerta del Cielo, por donde ha venido a la humanidad el Salvador, y a la vez, la puerta que conduce a Él, como predica el dogma católico.