Escuela Novohispana. México. Siglo XVIII.
"Ánimas del purgatorio"
Óleo sobre tela.
267 x 178,5 cm.
Pala de altar en lienzo, de gran formato, característico del arte novohispano, que recurre al purificador y catequético cuadro de las Almas del Purgatorio, almas de las personas que murieron en amistad con Dios, pero con imperfecciones que deben purificar. Y la Iglesia católica cree que esas almas salvadas cuya purificación no está completa, experimentan una purificación que no tiene que ver ni con el cielo ni con la morada de los muertos (“de los justos”, sheol o hades, en la Biblia), sino con el Purgatorio.
Más allá de los “tormentos” que pensamos se pueden vivir en ese estado, viene a ser una parte de la experiencia interior de purificación del hombre en su camino a la eternidad.
Con esa típica característica del arte novohispano, contemplamos en esta obra sus formas voluptuosas y exageradas, sus figuras llenas de movimiento y expresividad, y, a pesar de que necesita algo de reintegración cromática, se imprime el contraste de luces y sombras que le aporta mucho realismo, la luz que desciende del Cielo y de la Santísima Trinidad, que traspasa a la Madre de Dios, María, que espera con corazón maternal ese tránsito, (Abogada e intercesora de los Justos) y las sombras de ese estado de penitencia en el que se encuentran las almas, rodeadas de llamas y tormentos.
El Purgatorio, en la época colonial, era entendido como la misma retórica que la Iglesia expresaba: “son éstos la atrocidad de suplicios y tormentos que padecerás si llevas mala vida”. La Iglesia asustaba a la gente con el Purgatorio con la intención de vender muchas bulas y escapularios. Y lo consiguió. Especialmente en América.
Se distinguen, además, los ángeles circundándolo todo. Destaca uno muy especialmente, el denominado “Ángel del Consuelo”, típico de estos cuadros, que nos sostiene del brazo en la zozobra, y nos hace mirar siempre arriba (“Duc in Altum”) donde buscamos y esperamos la Salvación.
Por último, este lienzo nos hace recordar al que está en el Museo de la Historia de San Germán en Puerto Rico, del taller o pincel de José Campeche Jordán, uno de los mejores pintores rococós de América, y que -por composición- pudo ser utilizado como modelo para la presente obra.