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LOTE 28

Escuela castellana. Mediados del siglo XVIII.

Estimación
3.500 € / 4.500 €

Escuela castellana. Mediados del siglo XVIII.

“Santa Ana”

Escultura en madera tallada, dorada y policromada.

138 x 69 x 32 cm.

Una magnífica escultura de progenie rococó es la presente hechura que efigia a la Madre de la Virgen, Santa Ana. Imagen de bulto redondo pero que no ha sido labrada por la parte trasera debido a que estaría destinada a un retablo, y probablemente a gran altura con respecto al fiel dado que el escultor no se ha molestado en absoluto en darle forma a la espalda, permaneciendo abierta, algo por otra parte completamente habitual en este tipo de esculturas.

Santa Ana está dispuesta de pie, estática, girando el rostro para mirar hacia algo que en la parte superior le ha llamado la atención. Con su pierna izquierda forma un contrapposto al intentar adelantarla, de tal manera que se marca la rodilla bajo la túnica. Es una figura elegante y dinámica gracias, en parte, a la disposición del manto y a los plegados serpenteantes que lo surcan. Como señalábamos, dirige la mirada hacia lo alto, al tiempo que abre los brazos como si hubiera sido sorprendida. Por desgracia, las manos, con las que realiza sendos gestos declamatorios, han perdido la mayor parte de los dedos. Quizás, como ocurre en algún retablo, pudiera estar dispuesta a un lado de la hornacina central, estando contrapuesta a otra imagen de San Joaquín, y ambos dirigiendo su mirada hacia arriba, de manera que están observando a la Virgen que preside el retablo. Pudiera caber la duda de que se tratara de una Virgen sita al pie del Calvario junto a San Juan Evangelista sin embargo esta opción queda desechada desde el momento en que no viste los característicos ropajes que se asignaron durante el Barroco a la Virgen pasionista (túnica roja y manto azul), y también al hecho de que la mirada está exenta de dramatismo.

La santa abuela muestra un rostro maduro. Su cabeza adquiriere una forma ovalada en el que encontramos rasgos faciales muy característicos, con ojos almendrados de tapilla vítrea y párpados inferiores abultados, nariz de tabique curvo, boca entreabierta de labios finos y potente mentón. Exhibe una expresión entre asombrada y ensimismada. Viste una bellísima túnica rojiza-rosácea ajustada a la cintura por un cíngulo –que bien pudo ser postizo–, policromada con multitud de motivos botánicos a punta de pincel en tonos rojos y dorados. La túnica es muy larga, de suerte que le cae hasta los pies y llega a taparlos con la excepción de la punta del zapato derecho, y está tan ceñida al cuerpo que revela todas las sinuosidades del mismo. Por encima tiene echado un manto que le cubre la cabeza, hombros y espalda, estando sus extremos enroscados o arremolinados uno en el brazo izquierdo y otro por delante del abdomen adquiriendo formas muy caprichosas y teatrales. Si en la túnica el anónimo escultor optó por unos pliegues de caída natural, perfil redondeado y escaso resalte, en cambio para el manto utilizó otros serpenteantes de configuración aristada que provocan juegos de claroscuro y proporcionan dinamismo a la composición. El manto es dorado y en algunas partes parecen percibirse restos de puntillado o picado de lustre.

Teniendo en cuenta las características estilísticas de la pieza y el tipo de plegados que exhibe el manto, serpenteantes y aristados, podríamos fechar la pieza a mediados del siglo XVIII, y más concretamente hacia 1750-1765. Lo más probable es que fuera labrada en un taller castellano.

 

Agradecemos a D. Javier Baladrón, doctor en Historia del Arte, por la identificación y catalogación de esta obra.