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LOTE 36

Anónimo castellano. Último cuarto del siglo XVII.

Estimación
4.500 € / 6.000 €

Anónimo castellano. Último cuarto del siglo XVII.

“Santa María Magdalena”

Escultura en madera tallada y policromada.

64,5 x 22 x 22 cm.

 

La iconografía de la Magdalena penitente, prototipo de mujer arrepentida, fue una de las predilectas del Barroco. Entre todas las representaciones que se hicieron de la santa durante este periodo destaca sobremanera el modelo ¿creado? y popularizado por el escultor granadino Pedro de Mena (1628-1688), y cuyo ejemplar más descollante es la Magdalena Penitente (171 cm) que esculpió en 1664 para la desaparecida Casa Profesa de Madrid y que actualmente se encuentra cedida por el Museo del Prado en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid. El éxito de esta escultura, que resulta ser la quintaesencia de su estilo refinado y melancólico se debió, en palabras del profesor Lázaro Gila Medina, a que “cumplía plenamente los deseos de la Compañía en orden a que sus trabajos fuesen lo suficientemente útiles y eficaces para su labor evangelizadora y catequética, y en este caso la Magdalena era un modelo excepcional, dado que tras una juventud fácil, tras su encuentro con Cristo y sincero arrepentimiento se convertirá en su más fiel discípula, siguiéndole hasta incluso después de su Crucifixión”. Desde el mismo momento de su ejecución, la Magdalena de los jesuitas madrileños causó tal asombro y admiración que se sucedieron las solicitudes de copias y reproducciones, algunas de las cuales corrieron a cargo del propio Mena.

Debido a este hecho, el tipo iconográfico se difundió con rapidez por buena parte del territorio español. La fama que alcanzó en tierras castellanas, en general, y vallisoletanas, en particular, se debió fundamentalmente a la copia de la Magdalena (162 cm) que poseyó el colegio jesuita de San Ignacio de Valladolid, y que fue donada por doña Magdalena de Pimentel, Marquesa de Viana, en su testamento de 1702. El modelo de Mena se propagó hasta la extenuación por los territorios de las actuales comunidades de Madrid y de Castilla y León, contabilizándose también numerosos ejemplares por el norte peninsular (Galicia, Asturias, Cantabria o Navarra).

Volviendo a la escultura que nos ataña, desconocemos su procedencia, aunque lo más probable es que lo haga de alguna iglesia o convento de Castilla y León. María Magdalena es efigiada en un momento de intenso arrobo y meditación ante un desaparecido Crucifijo que sostendría en la mano izquierda. Por su parte, la derecha la posa delicadamente sobre el pecho, como conteniendo la respiración ante la contemplación del Crucificado. Se mantiene erguida, con la pierna izquierda adelantada, como en ademán de caminar. En origen es probable que estuviera situada sobre un paraje rocoso que evocara su vida ermitaña, en el cual es frecuente que figuren rocas, arboles, riachuelos, pequeñas oquedades o grutas, y diversos animalillos como palomas, serpientes, ranas, etc… Además, en ocasiones pueden figurar sobre el suelo rocoso algunos de sus atributos, caso de la calavera o incluso el bote de perfumes.

Viste una estera de palma que le cubre completamente el cuerpo desde la parte inferior del busto hasta los tobillos, dejando tan solo desnudos el torso, los brazos y los pies. La estera se ciñe a la cintura con una ajustada cuerda trenzada sin apenas resalte ni valor plástico La cabeza, de formato ovalado, presenta unos rasgos faciales labrados con gran pericia técnica, destacando la boca entreabierta de finos labios, los ojos almendrados o la nariz de tabique recto con las fosas perforadas para dar mayor verosimilitud. El pelo cae simétricamente a ambos lados del rostro y hasta más abajo de la cintura en largas y onduladas guedejas compactas que evocan tanto su vida eremítica como su feminidad. Grandes mechones le cubren parte de los hombros y de la espalda.

Por los rasgos morfológicos, esencialmente los presentes en su rostro, es posible asignar esta obra a algún escultor castellano –probablemente vallisoletano– que trabajó a finales del último cuarto del siglo XVII.

Agradecemos a D. Javier Baladrón, doctor en Historia del Arte, por la identificación y catalogación de esta obra.