Escuela romanista. Castilla. Renacimiento. Finales del siglo XVI.
"El Prendimiento de Jesús"
Relieve en madera tallada, dorada y policromada.
93 x 74 x 4,5 cm
La presente pieza es un portentoso relieve romanista de formato rectangular que posee un notable interés por diversos motivos: a su notable calidad técnica hemos de sumar el hecho de que en el mismo tablero presente un completo panorama del Prendimiento de Cristo puesto que lo frecuente era efigiar solamente el momento en el que Jesús es apresado por los soldados; y también el gran tamaño del mismo, lo que nos lleva a pensar que formó parte de un retablo romanista castellano de considerables dimensiones, quizás vallisoletano, de finales del siglo XVI, cuyos relieves principales estaban dedicados al ciclo de la Pasión.
Incidiendo en la importancia de este relieve debido al panorama tan completo que muestra del apresamiento de Jesús en el Huerto de los Olivos, al cual se retiró a rezar tras la Última Cena y que resulta ser el episodio en el que se inicia su Pasión, observamos cómo no solo ha efigiado el motivo principal del Prendimiento sino que ha añadido el momento en el que Judas señala a los soldados quién es Jesús y el episodio en el que tras haber dado Judas el beso a Cristo para delatarle, San Pedro se dispone a cortar la oreja a Malco.
El episodio del Prendimiento en el Huerto de los Olivos, localización que queda plasmada plásticamente en la escena tanto por el árbol como por la policromía que simula arbustos y un terreno desigual, es uno de los más célebres de la Pasión y uno de los que tuvieron mayor éxito en las artes plásticas a partir del Renacimiento. En el Nuevo Testamento el episodio es tratado por los cuatro Evangelistas, que coinciden en sus respectivas narraciones en la mayor parte de los detalles de lo allí acaecido. Tomaremos como ejemplo el relato de San Juan (18, 1-14), que parece describir nuestro relieve: “Diciendo esto, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, en el cual entró con sus discípulos. Judas, el que había de traicionarle, conocía el sitio, porque muchas veces concurría allí Jesús con sus discípulos. Judas, pues, tomando la cohorte y los alguaciles de los pontífices y fariseos, vino allí con linternas, y hachas, y armas. Conociendo Jesús todo lo que iba a sucederle, salió y les dijo: ¿A quién buscáis?: Respondiéronle: A Jesús Nazareno. Él les dijo: Yo soy. Judas, el traidor, estaba con ellos. Así que les dijo: Yo soy, retrocedieron y cayeron en tierra.
Otra vez les preguntó: ¿A quién buscáis? Ellos dijeron: A Jesús Nazareno. Respondió Jesús: Ya os dije que yo soy; si pues, me buscáis a mí, dejad ir a éstos. Para que se cumpliese a palabra que había dicho “De los que me diste no se perdió ninguno”. Simón Pedro, que tenía una espada, la sacó e hirió a un siervo del pontífice, cortándole la oreja derecha. Este siervo se llamaba Malco. Pero Jesús dijo a Pedro: Mete la espada en la vaina; el cáliz que me dio mi Padre, ¿no he de beberlo?
La cohorte, pues, y el tribuno y los alguaciles de los judíos se apoderaron de Jesús y le ataron, le condujeron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, pontífice aquel año. Era Caifás el que había aconsejado a los judíos: “Conviene que un hombre muera por el pueblo”.
A mayores podemos señalar un fragmento del texto de San Mateo (26, 47-48): “Aún estaba hablando, cuando llegó Judas, uno de los doce, y con él una gran turba, armada de espadas y garrotes, enviada por los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo. El que iba a entregarle les dio una señal, diciendo: Aquel a quien yo besare, ése es; prendedle”.
El relieve posee un notable carácter narrativo y didáctico puesto que el escultor ha concebido el panel en dos registros claramente diferenciados: en el superior, más estrecho y cuyas figuras son de pequeño tamaño y están labradas en bajorrelieve, ha representado el momento en el que Judas se encuentra a las puertas del Huerto de los Olivos –para que no quepa dudas del lugar el escultor ha labrado un olivo de tronco curvado– y se dispone a señalar a los soldados y esbirros la identidad de Jesucristo. Los cuatros esbirros, labrados en diferentes posturas y portando diversas armas (picas, hacha y espada), acaban de entrar por un arco de medio punto, visten desde atuendos militares hasta simples túnicas. El registro inferior es de mayor tamaño, lo que permite que las figuras sean monumentales. Se trata de personajes de mayor corporeidad y labrados en altorrelieve, de suerte que en algunas zonas parece que se ha alcanzado casi el bulto redondo. Las cuatro figuras aparecen en un primer plano y aunque están agrupados de dos en dos están representando el mismo momento: a la derecha Judas se dispone a abrazar y besar a Jesucristo, señal que indicaría a los esbirros que se trataba de aquél al que venían a prender, mientras que a la izquierda San Pedro para proteger a su Señor coge de la barba a uno de los esbirros, Malco, al tiempo que desenvaina la espada para cortarle una oreja.
El escultor ha puesto especial énfasis en labrar con detallismo las cabezas y las manos, elementos que dotan a los personajes de mayor realismo, fuerza dramática y expresividad. Los cuatro personajes principales han sido concebidos con cabezas ovaladas en las que destacan la blandura. Los rasgos faciales están tallados con minuciosidad: ojos almendrados rehundidos, cejas arqueadas, narices rectas y prominentes, bocas pequeñas y cerradas y potentes cabelleras y barbas. También están trabajados con notable calidad los ampulosos vestidos que portan estas cuatro figuras principales, presentando multitud de gruesos plegados que caen pesadamente pero que les dotan de una especial potencia escultórica.
A la notable calidad escultórica del relieve, especialmente palpable en los cuatro personajes principales, hemos de sumar la delicada policromía utilizada para pintar sus pajes, a base de tonos planos con minuciosos motivos dorados esgrafiados. También el pintor/policromador ha logrado se ha esforzado el pintar un paisaje para que el encaje de las esculturas sea perfecto. En él observamos diferentes tipos de arbustos, desniveles de terreno, etc.
No cabe duda de que estamos ante un excelente ejemplar romanista de comienzos del siglo XVII. El manierismo romanista, o simplemente Romanismo, fue una tendencia del manierismo que se desarrolló durante el último tercio del siglo XVI y cuyo término hace referencia a la influencia determinante de las formas y modelos de Michelangelo Buonarroti (1475-1564) y los círculos manieristas romanos formados en su estela. Su introducción en España tuvo lugar en el retablo mayor de la Catedral de Astorga (1558-1562) gracias a Gaspar Becerra (1520-1568). La escultura romanista se caracteriza por transmitir una sensación de intemporalidad y eternidad y por presentar unos personajes de vigorosas y corpulentas anatomías que adoptan poses grandilocuentes y desapasionadas.
Agradecemos a D. Javier Baladrón, doctor en Historia del Arte, por la identificación y catalogación de esta obra.