Escuela castellana. Burgos. Renacimiento. Tercer cuarto del siglo XVI.
"Santa Ana Triple o Santa Ana, la Virgen y el Niño"
Escultura en madera tallada, dorada y policromada.
72 x 36 x 28 cm
La iconografía de Santa Ana, la Virgen y el Niño –también denominada Santa Ana Triple o Tríplex, o “las tres generaciones”– anticipa la idea de la Inmaculada Concepción de María, al igual que el Árbol de Jesé, la Sagrada Parentela –simplificación del Árbol de Jesé–, o el Abrazo ante la Puerta Dorada. Gozó de gran popularidad durante la Edad Media desde que comenzó a extenderse a finales del siglo XIII, alcanzando el cénit de su difusión a finales del siglo XV, y se mantuvo vigente hasta su disolución tras el Concilio de Trento (1545-1563), momento en el que se optó por otro tipo de espiritualidad.
El grupo escultórico que nos ocupa se realizó seguramente algo después del Concilio de Trento, por lo que será una de las últimas versiones de este tema que se realizó en Castilla. Si durante la Edad Media la forma más habitual de disponer a los tres personajes fue en superposición, en este caso, ya dentro de un Renacimiento avanzado, casi estaríamos hablando de un manierismo romanista, encontramos a Santa Ana y la Virgen sentadas a un mismo nivel, y entre ambas, y sujeto por ambas, al Niño Jesús. Es probable que este grupo se esculpiera con destino a un retablo puesto que la parte trasera se encuentra sin tallar ni policromar.
Santa Ana ocupa el lado derecho, según la visión del espectador, y agarra a su nieto por la espalda al tiempo que retrasa su rodilla derecha. Por su parte, la Virgen está a la izquierda y sujeta a su hijo también por la espalda, pero también por una de las rodillas. Ambas figuras femeninas, de anatomías rotundas, echan el cuerpo para atrás y dirigen la mirada de frente al espectador, al cual observan con gesto severo. Asimismo, visten unas ampulosas prendas: túnicas y mantos, a lo que hay que sumar en el caso de Santa Ana un velo blanco que le enmarca el rostro y le cubre la cabellera. En el caso de la Virgen, la cabeza posee unas resonancias clásicas muy evidentes, teniendo el cabello recogido por una diadema y compuesto por unos mechones ondulados de abultado modelado que le enmarcan el rostro y llegan a caerle hasta el pecho. El Niño Jesús, que estaba en el regazo de su abuelo abre los brazos y se gira para abalanzarse sobre su madre. Está completamente desnudo y exhibe una rolliza anatomía y una cabellera compuesta a base de bucles dorados. A diferencia de sus familiares, que como vimos tenían un gesto severo, el Niño mira a su madre y exhibe una amplia sonrisa.
Los tres personajes están concebidos con notable monumentalidad, a lo cual ayudan, sin duda, la concepción de unos ropajes gruesos y de abultados plegados que en las partes bajas llegan a adquirir un volumen desmesurado, conformando grandes oquedades. La monumentalidad unida a la severidad del gesto que ya hemos señalado fueron dos de las características principales del estilo artístico que surgió tras la ejecución del retablo mayor de la Catedral de Astorga (1558-1562) a manos del polifacético artista jienense Gaspar Becerra (1520-1568): el manierismo romanista o Romanismo.
La notable calidad técnica del grupo queda patente en el modelado de los personajes; en la captación de la avanzada edad en el rostro de Santa Ana, que se diferencia de la lisura patente en el de su hija; y también en la policromía, la cual consiste en tonos planos para las prendas con decoraciones doradas en esgrafiado con motivos vegetales y geométricos. Su autor será un notable escultor castellano, quizás del foco burgalés, del tercer cuarto del siglo XVI y adherido ya a la corriente romanista.
Agradecemos a D. Javier Baladrón, doctor en Historia del Arte, por la identificación y catalogación de esta obra.