Atribuido a Pedro de la Cuadra (?, siglo XVI – Valladolid, 1629).
"El Abrazo ante la Puerta Dorada" y "La Presentación en el Templo"
Pareja de relieves en madera tallada, dorada y policromada. Finales del siglo XVI.
98 x 42,5 x 11 cm y 98 x 45 x 12 cm.
Nuestra obra aparece estudiada y reproducida en el artículo "Una colección privada de escultura" (2005), de Jesús María Parrado del Olmo, páginas 149-161 del volumen 71 de la revista BSAA Arte (http://uvadoc.uva.es/handle/10324/9173).
Damos a conocer una pareja de portentosos relieves de El Abrazo ante la Puerta Dorada y La Presentación del templo adscritos al círculo del escultor palentino Manuel Álvarez (ca.1517-ca.1589), que en origen pudieron formar parte de un retablo descabalado dedicado a la vida de la Virgen, en el cual estarían situados en las calles laterales junto a otros episodios como el Nacimiento de la Virgen o el del Niño Jesús. Ambas escenas no están captadas frontalmente, sino que se utilizan perspectivas divergentes ya que mientras que la primera tiene un punto de vista elevado, el segundo posee una perspectiva baja, de abajo hacia arriba. Asimismo, ambos relieves presentan conjunto abigarrado de personajes, pero con unas composiciones sabiamente elaboradas y que tienden a ordenarse según una cierta simetría.
El relieve del Encuentro en la Puerta Dorada presenta en un primer término a los dos protagonistas del pasaje: San Joaquín y Santa Ana, que se abrazan y miran con dulzura mientras les observan con sorpresa dos parejas de personajes: a la izquierda dos personajes de gruesas barbas y bigotes a los que apenas se les ve la cabeza, y al más cercano al espectador también la mano con la que se sujeta el manto. Al lado derecho encontramos la figura más expresiva del grupo, se trata de una mujer que echa la cabeza hacia atrás y abre las manos en actitud de sorpresa y detrás, justo en el arco de la puerta dorada, la cabeza de otra mujer rubia. Este relieve se caracteriza por la claridad narrativa puesto que el escultor otorga toda la importancia al grupo central de los sagrados esposos, a los que concibe casi en bulto redondo y mostrándoles de cuerpo entero, mientras que los otros cuatro personajes secundarios, tan solo están labrados en parte y además en gradaciones de relieve más pequeñas que van desde el altorrelieve de las cabezas de los personajes más próximos a la escena principal a la planitud de los del fondo, a los cuales, además, tan solo se les ve la cabeza.
El otro relieve, el de la Presentación en el Templo, sigue los mismos parámetros a la hora de que el espectador tenga claro cuál es la acción que se desarrolla en el mismo y los personajes principales que intervienen. Así, en un primer término, y captados de cuerpo entero y con un altorrelieve que en algunas partes es casi bulto redondo, tenemos a la Virgen con el Niño en brazos subiendo la escalinata y enfrente arrodillada a una criada que porta un cesto repleto de las tórtolas que se utilizarán durante el ritual de la Purificación. Al fondo, y a manera de friso encontramos cuatro figuras masculinas: las más reconocibles son las del anciano Simeón tocado con mitra y con las manos unidas en oración San José en el extremo derecho caracterizado como un anciano –hasta el Renacimiento lo frecuente es ver a San José en un espacio secundario, un tanto marginado con respecto a la Virgen y el Niño, ya a partir del Barroco su figura sufrirá un rejuvenecimiento físico y alcanzará la misma importancia que ellos–, a ellos se suman dos rabinos de luengas barbas y cabezas cubiertas por mantos. En esta ocasión el fondo de la escena está más trabajado, de suerte que tras una cortinilla y en una especie de capilla de resonancias clásicas está pintada el Arca de la Alianza sobre un altar, flanqueada por dos velas y sobre la que cuelga una lámpara. A los lados están labrados dos grandes cortinajes de gruesos plegados y policromados en tonos rojos con decoraciones vegetales a punta de pincel.
En ambos relieves observamos las mismas características estilísticas, todas las cuales nos remiten al manierismo romanista o Romanismo: la claridad narrativa con que han sido compuestas ambas escenas; la fuerza expresiva; los pesados plegados de caída natural que recorren las vestimentas; la caracterización de los hombres con luengas barbas conformadas a base de sinuosos mechones, etc. A mayores encontramos la búsqueda de la elegancia combinada con la perfección formal. La policromía, a pulimento, de ambos relieves aumenta su valor ya que reviste sus túnicas de bellísimos colores planos combinados por diversos motivos decorativos a punta de pincel y también esgrafiados.
El profesor Parrado del Olmo apunta acertadamente como posible autor de estos dos magníficos relieves al escultor vallisoletano Pedro de la Cuadra (ca.1572-1629), que loe ejecutaría a lo largo de la última década del siglo XVI, es decir, durante la etapa inicial de su producción, con la cual guardan ciertas concomitancias en tipos físicos y rasgos faciales. Así, observa algunas similitudes, especialmente en los tipos femeninos –narices griegas, cierto esquematismo en la labra y anatomías envaradas–, y también en la forma de componer la perspectiva de ambas escenas, con la serie de relieves que el escultor realizó para el desaparecido retablo de la Merced Calzada de Valladolid (1599-1600). El retablo había sido comenzado por Adrián Álvarez en 1597 pero lo dejó sin acabar en 1599 a causa de su fallecimiento) y que hoy se conservan en el Museo Nacional de Escultura. Tras esta etapa romanista, Pedro de la Cuadra procuró adaptarse a la corriente naturalista intentando copiar el estilo y algunos de los tipos iconográficos creados por Gregorio Fernández (1576-1636).
Agradecemos a D. Javier Baladrón, doctor en Historia del Arte, por la identificación y catalogación de esta obra.