Atribuido a José de Arce (Flandes, circa 1600 - Sevilla, 1666)
“San Elías”
Escultura en madera tallada, estofada y policromada. Circa 1649 - 1666.
142 x 82 x 70 cm.
La talla de San Elías que mostramos es una pieza de exquisita calidad que recientemente se ha atribuido al portentoso escultor flamenco, aunque radicado en Sevilla, José de Arce (ca.1607-1666), maestro a quien la ciudad del Guadalquivir debe una vuelta de tuerca más en el proceso de barroquización de su escuela escultórica dado que introducirá las novedades del barroco europeo y algunas de sus características como el pliegue a cuchillo, o berninesco por ser el citado escultor italiano su creador. La asignación de la pieza Arce ha sido efectuada por el investigador José Manuel Moreno Arana, quien asimismo asevera que fue realizado en el lapso cronológico concerniente a los años 1649-1666.
El profeta Elías es después de Moisés la mayor figura del Antiguo Testamento. Su nombre significa Mi Dios (El) es Yahvé. Dedicó su vida a luchar por Yahvé contra Baal. Aunque actualmente la pieza se encuentra en una colección particular de Jerez de la Frontera su origen se encuentra en alguno de los dos cenobios de carmelitas calzados (San Elías fue considerado el fundador de esta Orden dado que vivió en una gruta del monte Carmelo, lugar en el que existió una comunidad de anacoretas que, según la tradición, representaba la continuidad de una vida eremítica en el lugar desde los tiempos del profeta, manteniendo vivo su espíritu. Tal es la unión del santo con la Orden que ésta también es conocida como Ordo Elianus) que existieron en Sevilla: la Casa Grande del Carmen y el Colegio de San Alberto. Tras la desamortización de 1835 la escultura se trasladó al Convento del Buen Suceso y desde allí fue a parar, antes de recalar en la colección particular, a un cenobio de la localidad sevillana de Carmona fundado en el siglo XX,
La imagen de San Elías fue probablemente realizada para disponerla en un retablo, y además en un retablo importante dado que era, como hemos visto, uno de los santos más célebres de los carmelitas. Está realizada en tamaño natural y sigue la iconografía tradición del santo: ha sido efigiado de pie, con túnica con sencillos pliegues redondeados de caída vertical ceñida a la cintura y un pequeño manto de piel de camello que le cubre la espalda. En la mano derecha blande la espada flamígera con la que venció a los profetas de Baal en el Monte Carmelo, mientras que en la izquierda sostiene un libro abierto que alude a su carácter de “fundador” de la Orden Carmelita, si bien también podría tratarse de su libro de las profecías. El rostro, bonachón a la vez que enérgico, posee una exquisita calidad dado que el escultor ha logrado que la madera parezca carne al dotar de blandura y morbidez a la piel. Ejemplo palpable son las arrugas y los consiguientes rehundimientos que se producen en sus mejillas para indicar la avanzada edad del santo. Peina una cabellera asimétrica de aspecto abocetado pero que transmite notable dinamismo y veracidad. Posee cejas enarcadas, lo que proporciona decisión a su semblante, ojos pintados en la propia madera y que tienen labrados los párpados al detalle, potente nariz de perfil recto que es una de las señas de identidad de la plástica del escultor flamenco-sevillano, diminuta boca entreabierta y luengos bigotes y barbas trabajados en grandes masas muy movidas que provocan juegos de claroscuros, reforzando así los volúmenes de la cabeza. Ésta emparenta con las que poseen una serie de obras documentadas en favor del referido escultor, como pueden ser las imágenes pétreas que labró para la iglesia del Sagrario de la Catedral de Sevilla, o las lígneas que talló para la Cartuja de Jerez. Manos y dedos poseen una notable corrección anatómica, además de estar pormenorizados al detalle ya que labra con mimo las uñas, venas, articulaciones (los nudillos son muy abultados) y músculos. Los pies, de los que se percibe la parte delantera, van protegidos por unas humildes sandalias.
La imagen no posee la policromía original, sino que fue repolicromada durante la etapa rococó, concretamente hacia los años 1760-1770. Así muestra un abundante uso del dorado, decoraciones vegetales, y la presencia de las técnicas del puntillado y del picado de lustre.
Agradecemos a D. Javier Baladrón, doctor en Historia del Arte, por la catalogación de esta obra.