Escuela hispano flamenca. Circa 1500.
“Virgen de la Piedad”
Escultura en madera tallada, policromada y dorada.
104 x 97 x 11 cm.
La representación escultórica de la Virgen de la Piedad surge en Alemania entre los siglos XIII-XIV con la denominación de Vesperbild (“imagen vesperal”) debido a que fue en la tarde del Viernes Santo cuando la Virgen recibió a su Hijo entre sus brazos tras ser desclavado y descendido del Sagrado Madero. Este pasaje no figura en los Evangelios Canónicos, sino que fue una creación de la mística medieval, popularizándose gracias a textos como las Meditaciones del Pseudo Buenaventura, las Efusiones del dominico Enrique Susón y en las Revelaciones de Santa Brígida de Suecia.
En todos ellos se alude a que la Virgen sustentó a su Hijo muerto sobre las rodillas. Seuse en su Minnebüchlein describe a Cristo en ese instante con “sus ojos, que brillaban como carbunclos, ahora están apagados. Sus labios, que parecían rosas rojas recién abiertas, están secos y su lengua pegada al paladar. Su cuerpo sangrante ha sido tan cruelmente estirado sobre la cruz que pueden contarse todos sus huesos”. Por su parte, Santa Brígida señala en su relato (que según ella le había dictado la propia Virgen): “Lo recibí sobre mis rodillas como un leproso, lívido y magullado, porque sus ojos estaban muertos y llenos de sangre, su boca fría como la nieve, su barba rígida como una cuerda”. Las primeras representaciones de Piedad proceden de conventos de monjas místicas del valle del Rin, algo lógico debido a que se trata de un tema femenino y maternal. Ya con posterioridad, el tema se extendió por Francia gracias a que las cofradías de Nuestra Señora de la Piedad encargaron grupos para decorar de sus capillas.
La iconografía de la Virgen de la Piedad, y por lo tanto de la escultura que presentamos, tiene como objetivo incidir en el sufrimiento padecido por la Virgen María y valorizar su papel de corredentora de la humanidad. Así, este deseo de darle mayor protagonismo se evidencia gracias a la composición vertical del grupo escultórico, lo que favorece su contemplación, así como en las mayores dimensiones de su cuerpo con respecto al de su Hijo.
La Virgen aparece sentada sobre un paramento rocoso en desnivel. Su cuerpo sostiene –parece servir de trono, un trono doloroso en contraposición a las imágenes medievales de la Virgen con el Niño–, el cadáver de su Hijo, cuya cabeza sujeta con la mano derecha, mientras que con la izquierda le levanta uno de los brazos dado que el otro cae a plomo entre las piernas maternas. Los brazos de Jesús poseen una longitud desproporcionada en comparación con el resto del cuerpo. La Virgen viste una amplia túnica, surcada por profundos y gruesos plegados zigzagueantes de origen hispanoflamenco, que le cubre todo el cuerpo a excepción de las manos, y lleva sobre la cabeza un velo blanco que le tapa la mayor parte de la cabellera, escapándose apenas unas guedejas por el lado izquierdo. El rostro es ovalado, con cejas curvas, ojos entreabiertos en derrame para expresar mayor dolor, amplia nariz puntiaguda, labios cerrados y potente mentón. Por su parte, el Hijo muestra un cuerpo arqueado tan solo sostenido por las piernas maternas. Mantiene las piernas paralelas, con los pies descansando en el paramento rocoso, mientras que los brazos, como hemos visto, divergen puesto que uno cae a plomo mientras que el otro es sujetado por su Madre. Tiene el cuerpo repleto de heridas y rastros sanguinolentos, especialmente notable es la sangre que mana de la llaga del costado y también de la corona de espinas, labrada en el propio grupo escultórico. El imberbe rostro posee unos perfiles angulosos, con una barbilla y nariz afiladas, ojos almendrados, mejillas demacradas y boca abierta en la que se observan individualizados los dientes. Es la viva imagen de una muerte cruel.
Contrastan un tanto los cuerpos y actitudes de Madre e Hijo. Así, mientras que María aparece representada con voluminosos ropajes, exhibiendo una tristeza serena –el rostro muestra esa mueca ambigua tan característica de los maestros hispanoflamencos que aunque muestra un semblante doloroso parece más bien una sonrisa–, y con el cuerpo en reposo, en su Hijo ocurre todo lo contrario: lleva su magro cuerpo tapado tan solo por el perizonium, exhibiendo un notable patetismo –es la viva imagen del patetismo típico de tardogótico y también de la corriente hispanoflamenca tan vigente en Castilla a finales del siglo XV y las dos primeras décadas de la siguiente centuria–, especialmente visible en el rostro y en la disposición inestable de su cuerpo, con unos brazos extremadamente largos y las manos deformadas tras haber sido desclavadas de la cruz, la izquierda doblada al contacto con el suelo.
El grupo escultórico, que está ahuecado por detrás, lo que nos demuestra que fue imagen de retablo, el cual presidiría desde la hornacina central del mismo, es una obra monumental y equilibrada que exhibe un fuerte expresionismo. Estilísticamente, posee unos rasgos muy definidos que permiten conceptuarla como obra de un maestro tardogótico, y más concreto hispanoflamenco, que trabajó en Castilla hacia el año 1500. Su estilo es bastante peculiar por la gran expresividad de las figuras, el dramatismo patente en Cristo, el empleo de rostros ovalados y por la caracterización de Cristo como un hombre sin barba, hecho notablemente extraño y que sí suele ser algo más habitual en los Crucificados.
Agradecemos a D. Javier Baladrón, doctor en historia del arte, por la identificación y catalogación de esta obra.