Previous Next
../fotosArticulos/24881/28.1.jpg
../fotosArticulos/24881/28.2.jpg
../fotosArticulos/24881/28.3.jpg
../fotosArticulos/24881/28.4.jpg
../fotosArticulos/24881/28.5.jpg

LOTE 28

"Niño Jesús bendiciendo". Anónimo sevillano. Primer tercio del siglo XVII.

Estimación
12.000 € / 15.000 €

"Niño Jesús bendiciendo". Anónimo sevillano. Primer tercio del siglo XVII.
Escultura en plomo policromado
71 x 22 x 22 cm.
El Niño Jesús que presentamos viene a copiar el célebre Niño Jesús realizado por Juan Martínez Montañés (1568-1649), quien a su vez parece que se inspiró en grabados de Alberto Durero (1471-1528) o Martín de Vos (1532-1603). Efectivamente, el 30 de agosto de 1606 el “Dios de la madera” se había concertado con Pedro de Cuenca, mayordomo de la Hermandad Sacramental del Sagrario de Sevilla, para esculpir un Niño Jesús triunfante “del tamaño que conviene para unas andas de plata que tiene la Cofradía que será de una vara poco más o menos… de madera de cedro de La Habana plantado en un coginito que salga del propio largo de la madera y planta sobre una urneta de madera de borne”. Concluida su hechura el 2 de febrero de 1607, por la que percibió 1.300 reales, a continuación, se ocupó de policromarla el pintor Gaspar de Raxis.
Este modelo montañesino, que continuó su discípulo Juan de Mesa (1583-1627), y otros muchos escultores sevillanos y andaluces (los Ribas, Alonso Cano (1601-1667), etc), tuvo un enorme éxito que llevó a producirlo en serie tanto en madera como en metal, especialmente en peltre, de forma que podemos encontrar infinitas copias a lo largo y ancho de toda España e Hispanoamérica. Señalaba el profesor Hernández Díaz que “la portentosa del Niño Jesús de la Sacramental del Sagrario, es una de las representaciones más felices del tema en el arte español, donde el maestro intenta y consigue destacar lo sobrenatural. Montañés en esta versión genial supo aunar el encanto de la infantilidad con el empaque majestuoso del Dios Redentor”, y que con “esta imagen escaló la cumbre de la representación del tema, al mostrar la deifica hondura teológica con la singular teodicea, ofreciendo una estatua de enorme ternura y profunda garra que imanta al contemplador”
El portentoso ejemplar que se ofrece es uno de esos Niños ejecutados en plomo policromado que impresiona tanto por la espléndida calidad que ofrece como por el fantástico estado de conservación. Figura de pie, sobre un cojín con borlas doradas en las puntas que asienta sobre una peana de carrete decorada con hojarasca y volutas vegetales. El Divino Infante está desnudo, aunque bien pudo estar vestido, mostrando una anatomía estilizada, pero con los músculos y las articulaciones remarcados. Los brazos aparecen ligeramente separados del torso, en ángulos de 45º. Así, con la mano derecha se dispone a bendecir mientras que con la izquierda parece que sujetó algún elemento –el Niño Jesús original de Montañés tuvo primeramente una cruz y después, en 1629, el artista Pablo Legot le cambió las manos por otras de plomo para que sujetara un cáliz para así incidir en la alegoría eucarística–. Su cabeza, que muestra un semblante que mezcla la seriedad y la melancolía, presenta unos expresivos ojos almendrados, nariz pequeña, y boca cerrada de finos labios. Peina una prominente cabellera compuesta de infinidad de rizos que crean juegos de claroscuros, destacando la moña central que es una característica típica de las creaciones montañesinas, y por lo tanto de todas las copias de sus modelos.
Las diferencias con el estilo, y concretamente con el famoso ejemplar de Montañés, quedan bien patentes. Así, por ejemplo, la anatomía denota un cierto envaramiento, la mano izquierda la mantiene baja y las piernas, en vez de estar separadas, se mantienen casi juntas, realizando un leve contrapposto perceptible en las arrugas que se forman en la rodilla izquierda. Hemos de destacar el bellísimo rostro, que mantiene inclinado para mirar al fiel al cual se dispone a bendecir, así como la trabajadísima cabellera en la que la labor del trépano es espléndida a la hora de captar cada uno de los infinitos bucles que la componen.
Agradecemos a D. Javier Baladrón, doctor en Historia del Arte, por la identificación y catalogación de esta obra.