"Inmaculada Concepción". Escultura en madera tallada, policromada, dorada y estofada. Anónimo castellano, siguiendo el modelo de Gregorio Fernández (Sarriá, Lugo, 1576 - Valladolid, 1636). Segundo cuarto del siglo XVII.
111 x 67 x 46 cm. Medidas totales: 150 x 100 x 41 cm.
Nuestra imagen no conserva la media luna con cabezas de ángeles o con el dragón apocalíptico que tenía en origen, que se supone cercenado con posterioridad. Ello queda demostrado con el gesto adelantado de la pierna izquierda, que estaría pisando el cuello del animal.
La Inmaculada, que sigue de una manera más o menos fiel la iconografía ideada por Gregorio Fernández (1576-1636), es una pieza de elevada calidad, especialmente en lo concerniente a la minuciosa labra de la cabeza, tanto del rostro como de los cabellos. No copia con exactitud el modelo de Fernández dado que sitúa uno de los pies adelantado con respecto al otro –Fernández les suele disponer a la misma altura– y, además, no ha dispuesto bajo sus pies una peana compuesta por cabezas aladas de angelotes o por un dragón, elementos ambos que aparecen en las Inmaculadas del maestro.
El valor de la imagen se incrementa notablemente con los resplandores de plata que rodean la figura y que están compuestos por rayos, alternativamente rectos y curvos, y además por ángeles que flanquean su rostro y por la Paloma del Espíritu Santo que lanza sobre ella unos rayos, bajo los cuales encontramos una piedra preciosa. También hay piedras preciosas en algunos de los rayos. La finura y detallismo de estos resplandores ha llevado al autor a introducir una serie de relieves alusivos al carácter inmaculado de María, como el Sol y la Luna, a ambos lados de los hombros, o de una serie de símbolos alusivos a las Letanías: la torre, el barco, la palmera, etc. El hecho de poseer unos resplandores tan ostentosos podría indicarnos que fue una escultura con un marcado carácter procesional.
Presenta una cabeza ovalada, con un rostro que denota notable blandura, mirada ensimismada, boca cerrada, potente mentón y cuello cilíndrico. Los largos y ondulados cabellos caen simétricamente sobre el manto, tanto por delante como por detrás. Dispone las manos adorantes y viste túnica blanca con motivos florales, quizás lirios, símbolo de la Virgen María, y un manto azul formando masas de pliegues muy quebrados en el tercio inferior. Es muy interesante la orla del manto ricamente policromada a base de elementos vegetales encadenados y estrellas, también símbolo mariano.
Por los duros plegados presentes en la túnica bien podría fecharse en el segundo cuarto del siglo XVII y ser obra de un anónimo escultor castellano. En esta Inmaculada no encontramos ninguno de los clásicos estilemas de Gregorio Fernández, máximo exponente de la escultura barroca castellana del siglo XVII. En cambio, la iconografía es la ideada por él, la cual el anónimo maestro ha seguido de una manera bastante fiel. Los numerosos originales salidos de su mano, cuyos ejemplares más sobresalientes son los conservados en la catedral de Astorga, en el desaparecido del convento de San Francisco de Valladolid, en la iglesia de San Marcelo de León y en el convento de Santa Clara de Valladolid, causaron tal impacto en el siglo XVII, e incluso en el XVIII, que fueron innumerables las copias que se hicieron tanto en Castilla y León como en el resto de España, especialmente en todo el noroeste peninsular: Galicia, Asturias, Cantabria, Navarra, Aragón, Madrid, Extremadura, etc.
Agradecemos a D. Javier Baladrón, doctor en Historia del Arte, por la catalogación de esta obra.
La pieza viene acompañada de un estudio encargado por la familia propietaria al Padre José Ángel Rivera de las Heras, Doctor en Historia del Arte, en el que indica que la escultura "no está documentada, pero puede ser atribuida a Gregorio Fernández, de cuyo taller saldría en el último periodo del artista, entre 1620 y 1636".